lunes, 11 de agosto de 2008

Los Reyes Corazón y Cabeza

Érase una vez un reino, llamado Cuerpo, que acababa de nacer bajo el sistema político de la monarquía. Esto tenía una explicación muy sencilla: sus Reyes eran los más sabios, los que mejor podrían gobernar de forma justa y teniendo en cuenta al pueblo: el Rey Corazón y la Reina Cabeza.

Durante los comienzos de su reinado, formaban un tándem perfecto. El país era próspero, y ambos trabajaban conjuntamente para que a éste no le faltara de nada... Comenzaban a aprender juntos la ardua tarea de un gobierno que trajese a sus inquilinos paz y prosperidad, y lo estaban consiguiendo.

El Rey Corazón era feliz y sincero. Su compañera la Reina Cabeza era tranquila y reflexiva. Se las ingeniaban para que su pueblo aprendiese a vivir desde una filosofía pacífica y positiva. No existían conflictos bélicos. Nunca faltaba agua ni alimento. Pero sus Reyes eran muy inquietos. Y comenzaron a instruírse en la cultura, haciendo de esto algo general al pueblo que les seguía fielmente. El reino existía como reino desde hacía tan sólo unos poquitos años cuando los Reyes comenzaron a crear y a mostrar orgullosos sus creaciones. Los países más viejos se asombraban: cuánto futuro tenía ese pequeño trozo de tierra, que apenas acababa de nacer y ya tenía tanto para ofrecer... Era un reino admirado del que se solía decir que, a ese ritmo, conseguiría llegar donde se propusiera.

La Reina Cabeza, fuerte y muy estimulada, utilizaba su lógica y raciocinio para expresar lo que sentía el Rey Corazón, cuya nobleza era infinita. El Rey Corazón amaba alegremente, sin ton ni son. La Reina Cabeza, como buena Embajadora de su país que era, impresionaba con sus brillantes ideas y formas de expresión. Sus creaciones conjuntas aparecían mezcla de la fusión de uno con otro. Los Reyes se amaban, se entendían uno al otro, y se complementaban perfectamente.

Y aunque el país era rico y emanaba paz y bienestar, no era así para el resto de países vecinos. Y comenzó una absurda guerra entre dos de ellos. Cuerpo era una zona muy querida y respetada por ambos países contrarios, así que trataron que tomara partido por alguno de ellos. Los Reyes intentaron mediar sin éxito alguno, hasta que al fin comprendieron que ésa no era su guerra. Fueron testigos de miles de batallas... Fueron testigos de cómo los pueblos de esos países conocían la muerte, la humillación, el odio, la manipulación, la tristeza.

Al Rey Corazón, ésto le afectó mucho. Era muy sensible y aún no había conocido jamás el dolor... La Reina, sin embargo, había leído sobre él y conocía de qué se trataba, aunque no de forma demasiado profunda. Fue un golpe muy duro para el Rey Corazón, que había sido tan feliz hasta entonces, que realmente no sabía cómo reaccionar ante aquello tan imprevisto que desbarataba todos los esquemas establecidos hasta entonces. El Rey Corazón enfermó considerablemente.

La Reina Cabeza y el Rey Corazón estuvieron debatiendo. Éste se sentía tan frágil que no era capaz de tomar una decisión. Fue la Reina la que acabó haciéndolo: su país, Cuerpo, no debía mostrar ningún signo de debilidad ni dolor. Al fin y al cabo, no era su guerra, ni debía serlo jamás.

A la Reina Cabeza le parecía un acto de desconsideración hacia los que realmente habían sufrido esa guerra el hecho de aparecer demasiado afectados por los hechos. Ellos, que tan queridos eran en el territorio mundial. Si mostrasen la enfermedad del Rey Corazón mientras los territorios vecinos aún se encontraban enzarzados en estúpidas batallas, sólo conseguirían empeorar las cosas entre ellos. Lanzarse culpas unos a otros.

El Rey, asesorado por su esposa, tomó entonces la decisión de callar. Y comenzó a habituarse a hacerlo desde entonces. La guerra era larga y parecía no terminar nunca. Cuando lo hizo, sólo quedó el silencio. El silencio y un odio que se respiraría en el ambiente continental durante muchísimos años más.

El Rey Corazón seguía sin acostumbrarse a esto. Jamás había admitido lo enfermo que se encontraba. Y no conseguía entender. La Reina, tan inteligente como era, tampoco lograba hacerlo, y cuando el Rey Corazón, en un secreto a voces, lloraba y preguntaba los por qués, la Reina Cabeza lo mandaba callar, avergonzada y herida en su orgullo por no conocer las respuestas.

El Rey Corazón se fue debilitando, y se convirtió en un ser silencioso, miedoso, callado. Pero cada vez sentía más intensamente que antes, tanto lo que le hacía sonreír como lo que le hacía llorar. La Reina, visiblemente preocupada por la salud de su esposo, apenas le dejaba trabajar. Era ella la que imponía, daba órdenes, quería controlar todo y cuando no era así, se frustraba.

Tenía supeditado al Rey Corazón, al que no dejaba hablar, al que tapó los dolores públicamente hasta esconderlos y hacerlos desaparecer. Durante muchos años, la Reina creó estrategias inútiles para conseguir sus fines, quiso poner barreras como protección ante la gran sensibilidad del Rey Corazón.

No dejaba trabajar a su amado esposo. No quería que volviera a enfermar. Pero se enternecía cuando él le suplicaba que le dejara hacer algo por sí mismo. Ésas eran las contadas ocasiones en que permitía que Corazón arriesgase su salud de nuevo… y la de la Reina, de rebote.

Pero el Rey Corazón aún estaba convaleciente de su primera enfermedad, y no sabía afrontar con facilidad los golpes que, por primera vez, comenzaba a recibir hacia sí mismo, fruto de vanos intentos de acercamiento a otras tierras que le apasionaban y cuyos tesoros deseaba descubrir. Flojeaba de nuevo y la Reina volvía a anularlo, encerrándolo de nuevo entre unas rejas, para que nadie volviese a herirlo. Aunque de vez en cuando le permitía volver a salir a pasear ante el mar o bajo las estrellas.

La Reina Cabeza gobernó durante toda la vida, aunque dentro de ese país, Cuerpo, siempre hubo un pacto secreto que se manifestaba en pequeñas locuras… en música… en teatro… en letras… La Reina Cabeza dejaba que el Rey Corazón, reprimido, al menos tuviese aquellas pequeñas válvulas de escape, pero dirigidas por sí misma, eso sí. Y cuando al fin podía enfrentarse a ellas, desde luego, el Rey Corazón las vivía a tope. Daba todo. Salían mundos de esas pequeñas cabezadas de libertad en esa cárcel de miedo y tristeza.

La Reina Cabeza, quizás para compensar el silencio y esclavitud del Rey Corazón, distorsionaba la realidad inventando mundos que le hicieran un poco más feliz en su día a día. Y Corazón, se contentaba con esto.

Gracias a ello, el Rey Corazón y la Reina Cabeza estuvieron de acuerdo durante mucho tiempo.

Pasaron los años y el Rey Corazón se fue fortaleciendo de nuevo. Le fueron curando, aprendió a confiar y relajarse, ya que estaba alejado de nuevo de todas las guerras y sus heridas apenas se veían. Además, la Reina cada vez le controlaba menos.

Pero ésta, años atrás, se había pasado tantos años gobernando, tomando sola todas las decisiones importantes, y creando un mundo paralelo de sueños, que era ella la que ahora había enfermado. También la cabeza se cansa, sobre todo cuando es la Reina y lleva tantos años trabajando sin apenas vacaciones. Pero su decisión ante esto quizás fue demasiado radical, y quiso borrar totalmente los sueños del planeta. Pero ya había acostumbrado al Rey Corazón a vivir entre dos mundos, descubriendo continuamente nuevas vidas paralelas. Y mientras su realidad era bella, el Rey no añoraba la forma de vida que había creado años atrás su esposa, la Reina Cabeza, para él. Tiempo más tarde, cuando la vida se había tornado común y mediocre, se dio cuenta que ya no era capaz de vivir sin sentir, por así decirlo, esas intensas emociones ficticias que antes vivía. La realidad, la pura, bella, pero a veces pura verdad, no le bastaba. Y volvió a enfermar. Pero ésta vez, la Reina no estaba sana para cuidarle.

El Rey Corazón, quizás debido a ello, acabó demostrando ser más fuerte que la Reina Cabeza. Y explotó, escupiendo todos los dolores que llevaba tatuados en su alma durante toda una vida por que nunca se le había permitido expulsarlos de forma sana… acabó vomitando deseos contenidos durante años… acabó protestando, en forma de palabras o actos absurdos, por todo aquello por lo que nunca se le dejó pronunciarse.

Y todo aquello que había sido tan intensamente reprimido, de pronto vio la luz intacto, puro, pero incontrolable. Los dolores reprimidos seguían doliendo, por primera vez de forma consciente después de toda una vida, cuando hablaba de ellos...

La Reina Cabeza no había conseguido, pues, nada con sus estrategias, excepto posponer esos dolores en el tiempo, y ahora aparecían, sin más, como una fuga incontrolable, que comenzaba a liberar a uno, por comenzar a liberarse poco a poco de todas esas espinas que llevaba clavadas en sus carnes casi desde que tenía recuerdos; y a otra, por que descansaba por primera vez, confiando en su esposo en el que tanta fe tenía pero sólo había querido proteger.

Era sólo el comienzo de una reconstrucción de ese pequeño país, Cuerpo, que había quedado desolado desde aquella primera guerra. Era sólo el comienzo para que ambos, el Rey Corazón y la Reina Cabeza, después de que ésta última descansara y de que el primero comenzase a hacerse valiente de nuevo, volviesen a formar aquel equipo único como el que habían aparecido gobernando ese territorio en sus comienzos.










(Me permito el lujo, pues, de añadir una pequeña moraleja):

No hay que permitir que la Reina Cabeza anule al Rey Corazón durante toda una vida. La Reina Cabeza no puede solucionar todo… aunque ella sí lo crea… por que no todo en la vida está bajo su control… aunque nos frustre que así sea. Hay que escuchar a ambos por igual, y hacer que aprendan a tomar decisiones conjuntas. La pregunta es la de siempre… ¿cómo hacerlo?

Habrá que averiguarlo. Si no, habrá que resignarse al resultado del dictatorial dominio racional: Reina Cabeza agotada… Rey Corazón agotado… ambos heridos, sin fuerzas. Vejez prematura. Pérdida. Anulación de identidad… Muerte en vida.

Lo mejor de todo esto es que me doy cuenta de que, en contra de mis intenciones al querer liberar al Rey Corazón, continúa siendo la Reina Cabeza la que manda... este texto, racionalizándolo totalmente, es la mayor prueba de ello.

1 comentario:

El pirata de interior dijo...

¿Quien no se siente identificiado con este cuento?. Una vez mas una sirena cuenta un cuento y da certeramente en el agujero... en la laguna...

Gracias por estar ahiy por enseñarme tanto, tanto, tanto...