martes, 29 de julio de 2008

¡Bienvenida sea yo!

Ésta tía era la leche.

Respeto a los típicos ídolos de infancia, pero a mí me parecen mediocres. Al menos en comparación con la Bruja Avería y esta buena y pedante mujer, sí, la señora Pepa Pérez.

Pepita Pulgarcita causaba un efecto sobrecogedor y atrayente en mí, al mismo tiempo. Mis tiernas e infantes pupilas se dilataban y mis labios permanecían abiertos durante el tiempo que durase el sketch. Ése y el de los anuncios, eran los únicos momentos en los que mi madre era capaz de introducir el alimento en mi boca.

Y es que era la caña. Resolvía cosas verdaderamente prácticas, al menos desde el punto de vista infantil del espectador. ¡Para qué salvar el mundo y demás monsergas! Y no transformándose en una súper woman, no. Todo lo contrario, haciéndose diminuta, y acompañada de su inseparable cuervo Viriato.Y encima la cabrona podía volar. Al final, todos la aclamaban... "¡Viva Pepitaa!".

Los otros súper héroes salvaban planetas y confundían a los críos. Relacionaban la lucha o la violencia con la "heroicidad". Pero esta buena mujer nos enseñó que para cambiar verdaderamente el mundo, debemos hacerlo a un nivel muy pequeñito, cada uno desde el ámbito al que realmente puede acceder. Por que todos podemos cambiar pequeñas cosas dentro del sector en el que nos movemos, de las personas a las que conocemos. Así nos van las cosas, claro. Qué pena que se diera tanta publicidad a esos utópicos y aburridísimos súper héroes y tan poquita a esta buena mujer, cuya apariencia física, además, no era la de la típica súper woman. Nos habríamos ahorrado muchas anorexias, bulimias y demás enfermedades provocadas por los medios de comunicación si hubieran convertido a Pepita en un verdadero fenómeno de masas